sábado, 4 de octubre de 2008

Lauchín el travieso

Ya no tengo miedo
-decía Lauchín-
del gato que se haga
conmigo un festín.
Porque de tan viejo
miope se ha quedado,
y paso muy pancho
tranquilo a su lado.

Y así día y noche,
Lauchín, el travieso,
todo iba comiendo,
pan, azúcar, queso…
Sin que el pobre gato
pudiera hacer nada,
por tener la vista
muy, muy, muy cansada.

Lauchín, el travieso,
entraba y salía
tranquilo y sin prisa,
nadie lo corría.
Hasta que una noche…
¿Qué vieron sus ojos…?
El gato tenía
puesto unos anteojos.

Lauchín, ¡pobrecito…!
qué susto se dio.
De su casacueva
nunca más salió.
Y cuando Don Gato
muy cerca maullaba,
con tranca y con llave
la puerta cerraba.

Los meses pasaron.
Lauchín, el travieso,
se quedó encerrado
lo mismo que un preso,
diciendo a las lauchas
-entre otros consejos-
“Nunca hay que confiarse
de los gatos viejos…”

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